Erase una vez una
princesita muy linda, a quien sus padres
le adoraban en exceso que a su menor capricho era satisfecha sin demora.
Sin embargo la
princesita lloraba sin cesar, porque se sentía desgraciada.
- Busco la
felicidad y no la encuentro - decía
desconsolada.
Una mañana muy
temprano la princesita huyó del palacio para conocer el mundo. Caminó mucho por
los campos, y al fin sintiéndose cansada se sentó en el tronco caído de un
árbol y pensó:
- Si yo encontrara
la felicidad, con gusto dejaría de ser princesa, bella y poderosa.
Apenas había
acabado de decir estas cosas, vio acercarse una mendiga casi desnuda, ciega y
encorvada por la edad y el sufrimiento.
- Niña – dijo la
mendiga – me muero de frío. Déjame abrigarme en tu manto.
La princesa se
quitó el abrigo de pieles y le entregó a la mendiga.
- Mis hijos - dijo
entonces - se mueren de hambre. Dame
algo para alimentarlos y vestirlos.
La generosa niña
le dio su collar de perlas, su brazalete de brillantes y cuanto tenía de valor.
- Gracias – dijo
la mendiga. Tú debes ser un hada poderosa. ¿Qué me das para recobrar la vista
que he perdido?
- Mis ojos – contestó
la princesa. Y con sus dedos de rosa quiso arrancarse los ojos para darle a la
mendiga.
Ya iba a dar la
princesa la limosna de sus ojos y en eso llegaron dos soldados que la buscaban
y la llevaron al palacio. Los padres al verla casi desnuda, creyeron morir de
dolor, pero ella les dijo:
- He hecho un
sacrificio, y en ves de causarme dolores, me ha dado la felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario